Diplomacia sin filtro: el reto de representar a un país en las redes

Por Jordi Xuclà i Costa

20/01/2025 | https://doi.org/10.63083/lamec.2025.05.jxc


Durante siglos, la diplomacia ha sido sinónimo de discreción, jerarquía y protocolos formales. Las comunicaciones entre Estados se realizaban, cuando era conveniente, mediante notas verbales y canales reservados. Sin embargo, la irrupción de las redes sociales ha transformado profundamente esta arquitectura. Hoy, un solo tuit puede tener el mismo peso que un comunicado oficial y redefinir una postura diplomática en cuestión de segundos. La gestión de la jerarquía diplomática y sus canales de expresión pública en tiempos de las redes sociales se presenta como uno de los grandes retos para harmonizar las constantes y los patrones de la comunicación diplomática con un nuevo mundo más rápido e interrelacionado.

Las redes sociales están cambiando las reglas del juego de la comunicación diplomática, especialmente en el caso de España. Desde embajadas activas en canales de redes sociales como X (anteriormente Twitter) o Instagram hasta desautorizaciones públicas entre miembros del mismo gobierno a través de redes sociales, el nuevo entorno digital plantea dilemas estratégicos, simbólicos y jerárquicos que no pueden ignorarse.

Redes sociales y diplomacia: una transformación en marcha

La diplomacia digital no es solo un fenómeno de coyuntura, superficial o de tendencias del momento. Implica una transformación profunda del ejercicio diplomático: cambia los tiempos, multiplica los actores y altera la relación entre emisores y audiencias. Conceptos como e-diplomacy o cyberdiplomacy hacen referencia a una práctica en la que las redes sociales no son un complemento, sino un canal prioritario para la representación internacional. En este nuevo ecosistema, la capacidad de comunicar de manera rápida y eficaz se convierte en un activo estratégico. Las embajadas, los consulados y los propios ministerios ya no se limitan a negociar tras bambalinas: ahora interactúan directamente con ciudadanos, periodistas y diplomáticos de otros países en un espacio abierto y global. La diplomacia, lejos de los salones cerrados, se ha vuelto visible y viral cuando quiere comunicar. Mantiene sus zonas reservadas de negociación y buenos oficios, pero en general se ha hecho mucho más presente en la conversación global a través de las redes sociales.

España y la institucionalización de la diplomacia digital

España ha sido uno de los países que más decididamente ha apostado por institucionalizar el uso de redes sociales como herramienta diplomática. Desde la Estrategia de Acción Exterior 2015–2018, el Ministerio de Asuntos Exteriores ha promovido una política activa en redes. Actualmente, casi todas las embajadas y consulados españoles cuentan con perfiles oficiales en las principales redes sociales. A ello se le suma la presencia cada vez más numerosa de diplomáticos presentes en las redes sociales con sus propias cuentas privadas que aportan un margen mayor de flexibilidad en las formas de comunicación.

La estrategia ministerial busca acercar la acción exterior a la ciudadanía, mejorar la atención consular, así como proyectar una imagen positiva del país en el exterior. El Ministerio incluso ha declarado que las redes no son una opción, sino un instrumento indispensable. Sin embargo, esta apertura digital no siempre se traduce en una práctica coherente. La falta de directrices claras sobre contenidos, símbolos, lenguajes y supervisión puede provocar errores de forma y fondo, como muestran los casos analizados a continuación.

El caso del Sáhara: diplomacia en tiempo real

En febrero de 2020, el secretario de Estado de Derechos Sociales, miembro del partido político Unidas Podemos, publicó en redes sociales una reunión con una representante del Frente Polisario. El encuentro fue presentado como una cita con una “ministra saharaui”, a pesar de que España no reconoce oficialmente a la República Árabe Saharaui Democrática.

La reacción fue inmediata: la ministra de Asuntos Exteriores del momento, Arancha González Laya, respondió en X (antiguo Twitter) desautorizando el mensaje y reafirmando la postura oficial del gobierno español, subrayando que la posición sobre el Sáhara es una política de Estado. Todo el episodio se resolvió a través de redes sociales, sin comunicados de prensa ni declaraciones formales. Y en un breve espacio de tiempo: declaración de alto valor político diplomático de un secretario de Estado ajeno a las competencias de política exterior y la respuesta en el nivel de la propia ministra de Asuntos Exteriores. Todo ello en público y a través de las redes sociales.

Este caso marcó un precedente: por primera vez, una desavenencia diplomática dentro del propio gobierno fue corregida públicamente en X (antiguo Twitter). Aunque la respuesta fue clara y eficaz, también puso en evidencia el riesgo de que diferentes actores políticos utilicen sus redes personales o institucionales para emitir mensajes que pueden ser percibidos como oficiales sin haber pasado por los canales establecidos de coordinación.

El caso Karabaj: cuando el símbolo contradice al mensaje

Un segundo ejemplo tuvo lugar en septiembre de 2023, cuando la cuenta de la Embajada de España en Moscú publicó un tuit relacionado con el conflicto de Nagorno-Karabaj. El mensaje, acompañado de banderas de Armenia y España y una imagen con la bandera de la república secesionista autoproclamada de Artsaj con impactos de bala, fue interpretado como una toma de posición diplomática a favor de Armenia en el conflicto que por más de tres décadas mantenía con su vecino Azerbaiyán por el territorio del Karabaj. Azerbaiyán protestó formalmente y el tuit fue eliminado.

Este caso revela cómo los elementos visuales como banderas, emoticonos o imágenes pueden alterar o incluso contradecir el mensaje oficial. Aunque el texto hacía referencia a una acción humanitaria del pasado, la simbología utilizada fue percibida como una toma de posición política en un conflicto internacional delicado. Lo más preocupante es que el contenido fue gestionado desde fuera de Moscú, por un diplomático con afinidades ideológicas conocidas a favor de Armenia y sus ansias expansionistas sobre Karabaj, lo que sugiere una falta de control institucional sobre las cuentas oficiales. La estricta jerarquía de elaboración i difusión de los comunicados diplomáticos a través de la Oficina de Información Diplomática del Ministerio de Asuntos Exteriores ha dado paso a situaciones de una comunicación horizontal con graves fallos de control de la unidad del discurso diplomático.

Retos de la diplomacia digital española

Estos dos casos ponen de manifiesto los principales retos de la diplomacia digital. En primer lugar, la descentralización del discurso: cuando múltiples actores institucionales emiten mensajes sin coordinación, se debilita la coherencia del Estado. Este riesgo se amplifica en contextos de gobiernos de coalición o con estructuras complejas.

En segundo lugar, la falta de formación diplomática específica de quienes gestionan las cuentas institucionales puede conducir a errores con un alto coste simbólico. La elección de una imagen, un emoji o una palabra mal ubicada puede tener repercusiones diplomáticas reales. La comunicación digital requiere tanto competencia técnica como sensibilidad política.

En tercer lugar, la velocidad de las redes entra en tensión con la reflexión estratégica. X, Instagram y otras plataformas premian la rapidez, pero la diplomacia exige ponderación. Responder en caliente puede generar errores difíciles de revertir. La inmediatez digital no debe sustituir la deliberación institucional.

Por último, existe una ausencia de protocolos claros sobre supervisión y validación de contenidos. Las cuentas oficiales operan muchas veces sin un control centralizado, y no hay una guía clara sobre cómo manejar los símbolos visuales o los contextos internacionales complejos. Esta falta de coordinación interna debilita el mensaje exterior y puede generar fricciones innecesarias.

Conclusión: una diplomacia que exige rigor digital

La diplomacia del siglo XXI no se limita ya a comunicados oficiales ni a ruedas de prensa. Se desarrolla también en tiempo real, en redes abiertas y con impacto inmediato. España ha avanzado significativamente en adaptarse a este entorno, pero aún debe consolidar estructuras de supervisión y formación para que sus mensajes reflejen con claridad y unidad su posición internacional.

En un mundo hiperconectado, representar a un país en las redes no es tarea menor: exige rigor, estrategia, sensibilidad cultural y formación continua. La diplomacia sin filtro puede ser eficaz, pero también puede ser peligrosa si no está anclada en una estructura sólida. En ese equilibrio entre inmediatez y prudencia se juega buena parte de la credibilidad exterior de los Estados.


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